Interesante la reflexión a la que nos invita la propuesta en el sótano del emblemático teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque. Quien suscribe ha señalado cuando lo que ahí, en el complejo de teatros del INBA, no corresponde con la calidad que se espera. Entonces conviene que se definan los términos. En Ménade se habla de calidad cuando el producto observable, por el que la gente invierte una hora de su tiempo para llegar y otra para regresar a sus domicilios, es grato de modo alguno; el que sea grato está determinado porque sea teatral, es decir que presente los mínimos elementos visibles que definen al teatro y, en el mejor de los casos, que el hecho escénico sea dramático; es decir que presente un conflicto. No se habla aquí de unidades aristotélicas ni de ortodoxia en el concepto teatro y se distingue una propuesta de una exploración no lograda. Aquí la reflexión: cómo se logra el apoyo federal para presentarse en un teatro del INBA cuando no se tiene el mínimo para estar ahí. El presupuesto federal es de los mexicanos y debemos señalar cuando está empleado de modo incorrecto. Si hay o no corrupción sabida al asignar los teatros, si la convocatoria a la que se inscriben cientos de propuestas es mera pantalla, si en el medio cultural se reitera la decadencia del país, lo menos que podemos hacer es señalar que puestas en escena confirman la falta de ética y el compadrazgo al asignar los teatros. No basta con quedarse callado u omitir comentario alguno porque se hace cómplice el medio que apoya con su indiferencia.Al respecto de No soy lo que soy se puede decir que inicia con una propuesta interesante que atrapa a los espectadores que caminan (no recomendable en silla de ruedas o muletas, menores o mujeres embarazadas), al ser llevados al sótano desde el recibidor (loby) hasta el foro tradicional colocado debajo de un escenario. Se pretende el tema de la envidia (pecado capital) cuando se habla de la soledad producto de estilos de vida contemporáneos.

Se toman los textos clásicos de los autores referidos como parte de lo que dicen “un grupo de actores relegados a un sótano oscuro, alejados del glamour y las aspiraciones de triunfo” (así lo señala el boletín de prensa y la página del INBA), pero no se entretejen en la trama dramática porque no lo hay. Una de las actrices parece mostrar el conflicto, parece darle sentido a las actuaciones falsas –¿a propósito?- de los demás, pero al tercio de la obra se mezcla en ese modo de interpretación aunque mantiene el discurso -no más- y la línea de personaje en conflicto se disuelve. Entonces la puesta en escena se torna un caos. Las personas del público están celular en mano porque el hecho escénico no atrapa. El desnudo centra la atención de nuevo, pero, así, se hace nuevamente sin sentido y reitera el uso del cuerpo femenino como objeto de atención; eso es de los momentos más denigrantes que también hay que señalar.